domingo, 30 de agosto de 2009

Opiniones sobre la Educación en el Perú

Hay un asomo de diferencia entre lo que el primer ministro ha dicho sobre el problema de la educación y lo que veníamos escuchando en los últimos años. Del Castillo ha permitido que acuda de algún modo la voz ahogada de nuestra infancia. No lo ha hecho al interior de una propuesta orgánica, clara, integral.

No parece haber un plan diseñado, una propuesta que vincule la educación, el desarrollo y la integración de nuestra patria. Tanto en el discurso del presidente como en el de su primer ministro saltan sin concierto las piezas iniciales de un pensamiento educativo al que le falta sentido final, destino.

Pero allí está, amaneciendo en los discursos políticos, el drama de la niñez en el Perú. Del Castillo se ha referido a algo más que las cifras del fracaso escolar que son usadas para poner en el banquillo a los maestros. Ha hablado de la relación que existe entre aquello que recibimos en la primera infancia y las posibilidades reales que tenemos luego de aprender, ser ciudadanos y arrancarle a la vida los bienes que merecemos. Ha hablado de educabilidad. ¿Puede aprender las sumas y las restas, la tabla del nueve, quien no ha calmado antes el hambre, el malestar en los intestinos? ¿Cómo leer las sesenta palabras por minuto sobre ese famoso perro gordo cuando la mirada se fatiga y el cuerpo sabe que mejor le va estando dormido? Caray, ya era hora que un primer ministro dijera esa verdad, que los niños del Perú, en muchas zonas, se mueren temprano y los que sobreviven lo hacen con las justas. Que tenemos una desnutrición infantil que sí merece la pena de muerte. Y que, como lo han mostrado las investigaciones de Ernesto Pollit, hay una relación directamente proporcional entre nutrición y rendimiento escolar. El hambre, ha dicho Del Castillo, no tiene color político. Qué pena que sí tenga un color en la piel.

Así que esto es lo bueno. Dejar de tratar al escolar de la sierra como ignorante, mal alumno, fracasado. A veces, dijo, la gente critica y segrega a la gente de la sierra. Racismo se llama, hablemos claro. Y es bueno que el tema ingrese también en el discurso político y en las metas de la educación. Recordé a Ántero Flores-Aráoz argumentando que para qué consultar a las llamas y vicuñas sobre el TLC.

La inequidad, las brechas que separan a los peruanos y que excluyen a grandes sectores de los beneficios de la riqueza ha sido puesta por delante, como debe ser. Ojalá sea verdad, intención pura, sincera. Acabar con la desnutrición infantil, atender a las madres gestantes, cuidar el parto y los primeros años me parecen los fines más nobles que un gobernante puede plantearse. J. Rawls ha escrito que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en la próxima elección, mientras que el segundo lo hace en la próxima generación.

Lo demás no merece todavía un comentario. Está crudo y no debió ser siquiera mostrado. No se toman en cuenta ni el plan Educación para Todos, ni las metas del plan de Acción por la Infancia ni el Proyecto Educativo Nacional y las políticas prioritarias del Consejo Nacional de Educación. Otra vez se inventa. La municipalización es, en el mejor de los casos, un globo de ensayo. Los planteamientos sobre calidad educativa no tienen precisiones, son minúsculos, insuficientes. La hora extra puede ser más de lo mismo y sin financiación conocida.

El sistema nacional de evaluación parece restringirse peligrosamente a la educación superior. Y la alfabetización puede ser un gasto si no se acaba con la fábrica que los produce y con una sociedad que se siente cómoda con ellos. Y de los maestros, el gran tema, no se dijo ni una palabra. Ojalá no sean palabras dichas y calladas aguardando simplemente los votos de noviembre.
Constantino Carvallo (2006)