viernes, 11 de septiembre de 2009

PROGRAMA "ESCUELA DE PADRES"


Padres sobreprotectores limitan desarrollo de los niños


Escrito por Angie López Arias

Es normal que los padres quieran cuidar a sus hijos de los muchos peligros que hay actualmente, pero no por ello les deben aislar de la sociedad, convertirlos en niños inseguros y crear personas dependientes, y es que muchos les protegen de forma tan excesiva que inconscientemente les limitan en su desarrollo.

Si bien es cierto es necesario tener medidas de protección con niños, los padres deben tomar en cuenta que los hijos tiene que desenvolverse por sí mismos, socializar con otros pequeños, salir a jugar con el cuidado del caso, permitirles que tomen decisiones, entre muchos otros elementos indispensables en la vida de un ser humano.

“Los padres sobreprotectores por lo general tienen una percepción de entorno que rodea al niño como eventualmente peligroso, esto no siempre es cierto, lo que muchas veces sucede es que los adultos reactivan sus propios temores e inseguridades y eso es lo que les motiva a tener esa concepción”, explicó el psicólogo, Erick Quesada.


Diferencia

Quesada dijo que es muy diferente cuando los padres protegen a sus hijos de peligros reales pues en este caso tienen absoluta razón de tomar medidas para prevenir riesgos, sin embargo, cuando son protectores en exceso sobredimensionan los riesgos por lo que invalidan al niño en todo lo que este quiera o deba hacer.

“Con una conducta de sobreprotección, los padres no le permiten al niño desarrollar las habilidades sociales que debe como parte de su crecimiento. Los pequeños tiene que aprender a enfrentarse a diferentes situaciones, algunas frustrantes, otras no, pero los padres sin querer causan un efecto contrario”, aseveró Quesada.

Al tener demasiado control y protección sobre sí, el menor interpretará que es sujeto de una deficiencia porque si percibe que lo cuidan tanto es porque el solo no puede hacer nada, lo cual va generando una gran sensación de inseguridad y temor a la vida, duda de sus capacidades y se llega a considerar incapacitado para desenvolverse.


Alteración

Toda esta situación hace que los niños creen distorsiones en su autoconcepto porque tiene dudas de su capacidad, además, experimentará una gran dificultad para enfrentarse a situaciones nuevas, no podrá establecer relaciones interpersonales de manera sana, le será muy difícil tomar decisiones y adoptará una actitud de introversión.

“El niño que sobreprotegen siente una gran carga encima de él y se cuestiona el porqué le tienen que proteger tanto, lo cual le genera una sensación de duda con respecto a sus propios recursos. Si un pequeño es protegido de manera exagerada, las dificultades y miedos que se generen es probable que los arrastre en la adultez”, indicó el experto.

Por su parte el psicólogo infantil, Eisen Ríos, manifestó que un niño sobreprotegido no puede desarrollar sus propios recursos y el mayor problema será cuando al convertirse en adulto tenga que enfrentarse a la vida real donde ya la protección de los padres u otras personas no existe lo que le creará grandes conflictos.


Carencia

Es así como un niño que ha sido víctima de sobreprotección será un adulto sin tolerancia porque no ha aprendido a comprender las diferencias de otros, frustrado porque no puede desenvolverse adecuadamente y egocentrista ya que pensará que todos a su alrededor tiene que complacer sus deseos.

“Los padres sobreprotectores buscan suplir todas las necesidades de sus hijos, es común que cuando el padre o la madre vivieron una situación de pobreza hagan lo posible para que a sus niños no les falte nada pero los extremos son nocivos. Si el niño no experimenta ninguna necesidad porque todas se las suplen no aprenderá a luchar”, aseguró Ríos.

Según el especialista, los padres deben reconocer que sus propios problemas no resueltos van a afectar a la vida de los hijos, por ello es importante que se evalúen y autoanalicen para determinar cuáles son las actitudes que tienen como padres pues también deben aprender a ponerse límites y evitar así caer en situaciones extremas.

“Esta situación puede cambiar pero comienza por los padres pues tienen que reconocer que pueden estar afectando la vida de sus hijos por problemas no resueltos de sus vidas. Es necesario evaluarse y ver como son pero también hay llamadas de atención que indican que algo no está bien como problemas de conducta en los niños”, añadió.

Si bien es cierto es de fundamental importancia cuidar a los niños de los peligros que les acechan, es necesario hacerlo con medida y no caer en extremos.


miércoles, 9 de septiembre de 2009

¿Hablar de "eso"?

Por Constantino Carvallo (*)
"Hablar sí, pero que callen los cuerpos".
C. Lejeune

Lo primero es hablar claro. La sexualidad no es el conocimiento de la fisiología del aparato reproductor; no seamos deshonestos. La sexualidad es la disposición natural del cuerpo para hallar placer en sus encuentros con el mundo. Placer, deleite, goce, fruición: son éstas las palabras que definen la sexualidad, y no vagina, pene, ovarios, vesícula seminal y demás sustantivos que sólo intentan hacer ciencia de una función.

Se trata, pues, del goce, y principalmente del goce que se encuentra con un objeto privilegiado del mundo, el cuerpo del otro. Al ingresar a la socialización, este goce, convertido en erotismo por la imaginación, enfrenta los peligros y posibilidades de toda relación humana. La sexualidad es entonces el goce físico y espiritual que encontramos en la relación con nuestro cuerpo y con el mundo, esencialmente con el cuerpo del otro.
Esta nueva relación nos descubre una inquietante y maravillosa dimensión de nuestro propio ser: damos goce, no sólo lo recibimos; somos capaces de ser para el otro una causa de su intensa satisfacción. La buena educación sexual es aquella que abre la perspectiva del placer al interior de la esfera de la moralidad. Es decir, se trata de saber gozar y permitir gozar. No es la búsqueda frenética del placer, sino la potenciación de ese placer, su ubicación dentro de una relación sana, orientada hacia el bien. Se trata de aprender a buscar los encuentros buenos y placenteros y evitar los que nos causan dolor y también aquellos que, proporcionándonos placer, pueden, sin embargo, destruirnos como sujetos dueños de una voluntad.
Lo que esperamos de una educación de la sexualidad es que el goce sano, no perverso, sea el motivo que anima al sujeto a emprender sus vínculos con el mundo. Que prefiera el placer al dolor, que el mundo lo fascine, lo anime con su oferta de deleite, pero que éste se encuentre relacionado con la organización moral de la personalidad. El goce anima y la templanza guía.
Pregunta: ¿necesitamos, para lograr este objetivo, conocer la anatomía del aparato reproductor? No. Esto no es educación de la sexualidad. Es sólo información que no entraña actitud, vida. Lo que despierta la curiosidad del niño y aquello a lo que ideele llama graciosamente "eso", no es que el pene ingresa en la vagina, sino la oscura sospecha de que allí se juega un motivo fundamental que explica la relación entre la madre y el padre: el placer. Este es el núcleo de la sexualidad, la fuente desde la que brotan las profundas causas del actuar.
La sexualidad no forma parte del plan de estudios de ninguna escuela en la cultura occidental. Las escuelas fundadas en la modernidad por Comenius tienen todavía la ilusión científica que caracteriza a la Ilustración. Se trata de adquirir ciencia, conoci­mientos.
Y sin embargo hay un currículo oculto que entraña educación auténtica de la sexualidad. Los castigos, por ejemplo. El olvido del cuerpo, la incomodidad, el aburrimiento, el miedo, las relaciones con los compañeros, el hambre. Se enseña más la sexualidad golpeando a un alumno por no cumplir la estúpida tarea que mostrando una lámina de las trompas de Falopio para tomar un examen que ponga un rojo más en la libreta bimestral. Porque ese alumno crecerá asumiendo un vínculo con el dolor que lo perseguirá luego en sus relaciones con el mundo. No sabrá gozar ni causar goce, y ése es el tema de la sexualidad; lo demás es olvidable materia escolar.
Ya que se trata de no confundir una cosa con la otra, explico mi posición. La escuela debe dar los conocimientos que le entreguen al alumno una comprensión de la fisiología e higiene del cuerpo humano. Para esto es necesario reimplantar un curso extrañamente ausente en el programa esco­lar: la anatomía del cuerpo humano.
No encuentro razón para que se privilegie el estudio de un aparato, el reproductor, como un curso independiente. Esto obedece a una intención que nada tiene que ver con la educación sexual. La nueva materia aparece para bajar la tasa de natalidad en el Perú. Se trata de dar conocimientos sobre la reproducción con la esperanza de que estos conocimientos eviten la paternidad casual. Noble objetivo, pero que no puede confundirse con sexualidad.
La verdadera educación sexual está en el vínculo que la escuela da al alumno. La escuela puede ser un lugar plácido donde se aprende a gozar del encuentro con los otros, con el saber, con la comunidad, con la paz. O puede ser un infierno que socializa mal, que produce rencor, dolor, odio al trabajo y al saber, perversión de la sexualidad.
La sexualidad sana y creadora, moral, se juega en el trato, en el modo como se asumen los cuerpos, en las palabras y en los contactos, en la paciencia y en la tolerancia para aceptar al otro, el alumno. En el amor por él.
(* ) Fundador del colegio Los Reyes Rojos (1953-2008)