miércoles, 16 de noviembre de 2011

EL PLAN LECTOR o Cómo arruinar una buena idea o Vino Nuevo en Odres Viejos

· Promover la ejecución de acciones para desarrollar la capacidad de leer, como una de las capacidades esenciales que contribuyen a la formación integral de los niños, adolescentes y jóvenes en lo personal, profesional y humano.
· Impulsar el desarrollo de las capacidades comunicativas de los estudiantes para el aprendizaje continuo, mediante la implementación del Plan Lector en todas las Instituciones Educativas de Educación Básica Regular, como parte del Programa Nacional de Emergencia Educativa.
· Incentivar la participación de las Instituciones Educativas y la Comunidad en su conjunto, en una cruzada por el fomento y afianzamiento de la práctica de la lectura.
(Objetivos del Plan Lector)
El Plan Lector es la estrategia pedagógica básica para promover, organizar y orientar la práctica de la lectura en los estudiantes de Educación Básica Regular. Consiste en la selección de 12 títulos que estudiantes y profesores deben leer durante el año, a razón de uno por mes.
(Disposición General Nro. 1 del Plan Lector)
1. El Plan Lector será formulado en forma consensuada por toda la comunidad educativa (directivos, docentes, padres de familia y estudiantes), en función de los intereses de los estudiantes y la realidad de la Institución Educativa.
2. El Plan Lector comprenderá una relación de 12 títulos para cada grado, que los estudiantes leerán uno por mes, según una secuencia previamente convenida.
(Disposiciones específicas Nros 2 y 3 del Plan Lector)

Que en nuestro país tenemos un problema con la Lectura es patente. Por si necesitáramos demostración basta con escuchar y/o leer a sus supuestos profesionales - los periodistas - para percatarse. Comparar a nuestros periodistas con los de otras latitudes resulta más penoso todavía, porque aunque el problema de la comprensión lectora es internacional, en nuestro país alcanza cotas penosamente elevadas. Ya antes me he referido a esto, así que no abundaré en lo que no es más que la punta de un enorme iceberg.

(No puedo evitar mencionar algo que acabo de escuchar de un periodista enviado a Quito por el partido de fútbol entre Ecuador y Perú, porque aunque ya no es de antología, suena muy ilustrativo: “El clima de Quito está un poquito caluroso esta mañana, a diferencia de en la noche, que estuvo más frío”. Gracias por la relevante información, Señor Periodista)

Lectura y Educación

Podemos sospechar sin ningún inconveniente que lograr un verdadero aprendizaje de la lectura no tiene correlación con la Educación formal impartida en los colegios. Es decir, no existe relación alguna entre tus habilidades de lector y lo que hayas hecho en el colegio. Incluso podríamos sospechar que esa relación puede ser más bien negativa, desde que la escuela refleja a la sociedad, y la sociedad peruana desprecia el libro, la lectura y la inteligencia, pues estorban a los poderes fácticos, no sirven para hacer plata fácil y no son necesarios para las crecientes actividades del sicariato y el narcotráfico. Lo que la sociedad le ha encargado a la escuela siempre ha sido la reproducción de los esquemas políticos y sociales autoritarios y repetitivos. Fuera del discurso, esa siempre ha sido la intención de la escuela, y para eso no se necesita pensar, sino marcar el paso por números. Claro que según parece se le pasó la mano, porque los que la mueven sí necesitan por lo menos entender el memorándum del jefe o el sicario entender las instrucciones para cargar el revólver, o el narcotraficante por lo menos tiene que poder utilizar el tipo de cambio. Los grandes esfuerzos de muchos educadores por lograr de la escuela algo más amable y sensato se estrellan contra esta enorme y muy conveniente inercia educativa. Podemos imaginarnos su tamaño y fortaleza sabiendo que aún muchas escuelas desperdician su tiempo en desfiles y formaciones a pesar de la orden en contrario existente desde muchos años atrás. A esto le llamo los Odres Viejos, aludiendo a la parábola del Nuevo Testamento.

Por supuesto, existen quienes tratan de democratizar la sociedad, e intentan que la escuela deje de ser mecanismo de exclusión. Es el Vino Nuevo de la parábola, que trabaja duro y trata de hacer las cosas si no bien, cuando menos mejor, y que tiene que enfrentar los Odres Viejos.

Emergencia Lectora

El resultado medible del esfuerzo que el sector Educación realizó durante muchísimos años resultó en que mientras 97 de cada 100 niños coreanos de segundo grado entienden lo que leen, solamente lo hacen 18 de cada 100 en el Perú. Como que no es para sentirse maravilloso. El problema está realmente enraizado y se entendió en su momento que requería de medidas de emergencia. Sin embargo, en nuestro país todo está devaluado, incluso el concepto mismo de emergencia. Haciendo un ejercicio de realismo – que en casi cualquier otra latitud sería de cinismo – diríamos que emergencia significa en el Perú tomar un conjunto de medidas para hacerle creer a la gente que se está haciendo algo frente a un problema urgente y grave. La política de hacer la finta está enquistada hace demasiados siglos, y por desgracia eso presidió las medidas tomadas desesperadamente para conseguir aumentar en algo nuestro ranking en el PISA. De ahí que el resultado del PISA 2009 fuera más penoso todavía, porque se suponía que respondía a una emergencia. Si bien subimos, todos los demás subieron más que nosotros (y hasta los que bajaron nos superaron), y por ende ocupamos el poco honroso último puesto en América Latina, que por cierto no es ejemplo de nada a nivel mundial.

Entre las medidas que se tomaron se le quitó horas a Sociales y otras áreas para dárselas a Comunicación y Matemáticas. Es decir, en vez de tratar de fomentar la lectura de textos de Historia, Geografía y otras disciplinas análogas, se trató de fomentar la lectura de textos de Literatura. No decía eso la norma, pero ya sabemos que una cosa es con guitarra y otra con cajón. No es que poner y sacar horas no tenga su importancia cuando hay aspectos urgentes a resolver, pero hubiera sido mejor esforzarse un poco más, aumentar el tiempo de clase en general, aunque ya sabemos que ese es un costoso tema de infraestructura y personal, y por ende más caro que repartir las escasas horas pedagógicas de modo diferente. Como la finta había que hacerla de todas maneras se le quitaron horas a cursos que fomentaban la lectura para dárselas a cursos que fomentaban la lectura. Exacto, tampoco yo lo entiendo, pero como algo había que hacer, se desvistió un santo para vestir a otro, y de éste se empezó a esperar los milagros correspondientes. Como es nuestra costumbre y a pesar de la letra de la norma, se le empujó al área de Comunicación la responsabilidad de la Lectura, pues se le daba más del escaso recurso tiempo, y como algo había que hacer en ese tiempo, entre otras medidas surgió el famoso Plan Lector.

Interés y Hábito

El Plan Lector es una buena idea. Bueno, seamos claros, en cualquier otra parte sería una buena idea. Acá cualquier iniciativa interesante termina siguiendo la ruta del vino nuevo en los odres viejos. Es decir, los odres se rompen y el vino se derrama y desperdicia. Toda medida coherente se supone tiene una idea clara y científicamente correcta de qué es lo que se trata de lograr. Entre sus objetivos confesados, el Plan Lector busca despertar el interés por la lectura, tratando de lograr que se lea más y mejor, lo que puede medirse empleando como indicador el número de libros o de páginas impresas que los niños y jóvenes leen, en promedio, en una unidad de tiempo, por ejemplo un año. Si se hubiera tratado exclusivamente de hacer en Lectura lo que ya se hacía antes, pues entonces hubiéramos dejado la cosa como estaba y simplemente le hubiéramos dado a los profes más horas para hacerlo. Pero la idea implícita era mejorar los magrísimos indicadores de lectura, que después de todo permite hacer la finta del titular periodístico, más que obtener un real interés por la lectura. He aquí un ejemplo interesante de cómo se nos pierden las ideas y se sigue tonteando: Mejorar un indicador de lectura no es mejorar la lectura, así como subir en una línea de consumo no es dejar de ser pobre.

El hábito de la lectura

La lectura es un complejo proceso cognitivo que decodifica, predice y construye significados sucesivos conforme se ejecuta, en niveles concéntricos micro – a nivel de palabras y frases – y macro – a nivel de párrafos y textos -, y para eso pone en marcha importantes funciones y operaciones mentales. Dichas operaciones serán más o menos eficientes en la medida que la actitud del lector sea más o menos favorable, y se desarrollen las habilidades de atención y concentración. Vale decir, leer es cualquier cosa menos un hábito, que se define como práctica que se ejecuta automática y mecánicamente, con bajo control de la consciencia. Lavarse los dientes, afeitarse o saltar a la soga pueden ser hábitos, leer no. Esta confusión proviene de suponer que el leer es básicamente una operación de decodificación de signos escritos, lo que sí debería formarse hasta ser un hábito.

Querer leer

Es obvio que para hacer las cosas bien en lectura se necesita una idea muy clara de qué es la lectura. Leer es una actividad realmente compleja, que necesita de los lectores una serie de habilidades y competencias, y hasta aquí todo muy bien. Pero ya hemos visto que para leer necesitamos querer leer, y sin la formación de actitudes lectoras positivas podemos poseer todas las habilidades que queramos, pero a la corta o a la larga no leeremos a no ser que queramos hacerlo. La atención puede aprestarse y fomentarse, y en esto nos detendremos un par de segundos. En primer lugar digamos que leer no es, como muchos creen, decodificar los signos escritos del alfabeto. La decodificación de los signos se debería alcanzar en la Inicial, y para poder decir que se sabe leer, además se debe alcanzar el nivel de la comprensión de lo que se lee. Las dos operaciones de Decodificación y Comprensión están unidas en el acto de leer, y para leer no se puede suponer que se posee una sin poseer la otra. De hecho, si las cosas se hacen bien, la decodificación llega a convertirse en un hábito que se logra practicando hasta lograr el mastering phase, es decir la fase de dominio de la habilidad. Se construye la comprensión sobre la base del hábito de la decodificación. Con la práctica el lector ya no decodifica conscientemente, pues al alcanzar cada vez mayor competencia en decodificar se dedica a leer el texto y no a procesar la decodificación, que ejecuta inconscientemente a no ser que encuentre una palabra que no conozca, pero cuyo significado puede deducir del contexto. Si solamente sabes decodificar signos escritos tu situación es la del analfabeto funcional que deletrea con dificultad los titulares de un tabloide en el quiosco. ¿Cómo llegas entonces a comprender lo que lees? Pues de la única manera que se logran las cosas: practicando, practicando y practicando. Es decir, leyendo, leyendo y leyendo, y conforme más leas, tus habilidades de decodificación y de comprensión aumentarán y mejorarán, y leerás cada vez más y mejor.

Práctica lectora

Otro par de segundos dedicados al tema de la práctica lectora. A ojo de buen cubero, hay dos modos de que los alumnos practiquen la lectura: Obligándolos a leer a punta de pistola que si no te jalo, o haciéndoles agradable y bacán la relación con la letra escrita. Ojo que he dicho agradable, no fácil. No sé de donde se ha sacado la estupidez de que las cosas a enseñar tienen que ser fáciles. Nada lo es, de hecho, y sabemos que si queremos aprender algo se requiere esfuerzo. Bailar, montar bicicleta, hacer pajaritas de papel, correr los cien metros planos o jugar fútbol también requieren sudor y esfuerzo, pero lo sudamos porque estamos motivados, porque queremos hacerlo, porque el esfuerzo de superar la dificultad con las propias fuerzas es inmensamente gratificante, y todo dolor muscular se convierte, como dicen las bailarinas de ballet y los instructores de aeróbicos, en algo rico; y porque al final de la ruta está la habilidad lograda, el objetivo alcanzado, la victoria personal obtenida. Y no hay nada que libere más endorfinas en el cerebro que la sensación de la victoria. En corto, nos esforzamos porque nos gusta hacerlo y nos fascina la recompensa emocional que recibimos. Hablando en registro psicológico porque la actividad está reforzada positivamente.

Digresión sobre el esfuerzo

Por cierto, una de las cosas que no entenderé jamás es a los padres y educadores que tratan por todos los medios que sus hijos y educandos no se esfuercen, esperando de manera mágica que obtengan grandes logros académicos, deportivos y otros. Claro, para el maestro no exigir es lo más fácil para no hacerse problemas con la Dirección y ganarse el aprecio de papis e hijos aprobando a los discentes. Y para los papis y mamis es no hacerse problemas. Pero nada se debería lograr sin el esfuerzo correspondiente y en justa competencia en igualdad de condiciones con los pares. El problema es que algunos creen que los pares sólo son los de la propia clase social, de resulta que son reyes tuertos en nuestra nacional tierra de ciegos. De repente eso explica por qué en los últimos Juegos Panamericanos nuestro desempeño dio vergüenza en casi todas las disciplinas deportivas. Logramos el puesto 21 de 28, con 2 medallas de plata y 5 de bronce. Estados Unidos, Cuba y Brasil se llevaron los Panamericanos a ritmo de entrenamiento, y encima de nosotros encontramos superpotencias como Ecuador, Guatemala, Puerto Rico, Jamaica, Bahamas, las Islas Caimán, las Antillas Neerlandesas y Costa Rica, países mucho más pequeños y supuestamente menos desarrollados que el Perú. Pero no hay periodista que hable de ello, ni esto parece importarle absolutamente a nadie. Y que conste que digo eso precisamente el día que todo el periodismo grita Fútbol por el partido entre Ecuador y Perú en Quito. Por cierto, el Fútbol es una bella disciplina deportiva que se diferencia de las demás en que aquí sí corre plata. Y doy fin a la digresión.

Más sobre práctica lectora

Si hay algo que es definitivamente cierto, es que los niños crecen y tienden a seguir sus propias ideas. Podríamos obligarlos a leer, por ejemplo, sentándolos en el sofá con el libro, la tele apagada y guardando el silencio debido, y yo digo que sentar al chico a leer por obligación es la mejor manera de no lograrlo. Como todos saben, menos aquellos que debieran saberlo, obligar a alguien a hacer algo es el modo adecuado de que no se haga o que se haga mal, si no ahora, en la rebelde adolescencia. Si la lectura es asumida e impuesta como un trabajo penoso – aún me pregunto quién será el baboso que dijo que el aprendizaje tiene que ser farragoso y aburrido -, pues el chico no querrá leer, así de sencillo. O lo hará de pésima gana, siguiendo la línea del mínimo esfuerzo, y haciendo todo lo posible para acortar el tiempo lo más posible. Es que en una sociedad que no lee ni aprecia la lectura ni la inteligencia, hay miles de maneras de evitar ese penosísimo y absolutamente inútil trabajo de pensar. Hay televisión (¡Y qué televisión!), radio, computadoras, internet, juegos de video y mil otras cosas más interesantes y a veces embrutecedoras de hacer. Y entre algo pesado y aburrido y algo bacán, pues hay que ser muy idiota para irse por lo aburrido, a no ser, claro, que te obliguen a ello.

Lo que hay que fomentar

Aparte de la parte científico-pedagógica, que graduará progresivamente técnicas, procedimientos, textos, dificultades, extensiones, temáticas, estructuras, tecnologías y toda la semiótica involucrada – hoy en día la lectura no es lo que era, se ha vuelto más compleja -, se trata de fomentar el gusto por el esfuerzo productivo y la sana intención de comprender lo que se lee. Hay actitudes involucradas, y lograrlas es la parte más importante y difícil del esfuerzo de los padres y educadores. Pero claro, ello no se puede medir en número de libros, y por eso no se le da bola. Después de todo, leer doce libros a punta de pistola al año es lo mismo que leer doce libros por gusto, si a los indicadores nos remitimos. Pero no hay lectura provechosa sin comprensión lectora, y menos mal la barbaridad de la lectura veloz no consiguió infiltrarse en la práctica pedagógica, aunque ello muestra que la comercialización de la necesidad resulta en un facilismo exasperante, demasiado vinculado al neoliberalismo cultural. De hecho, los que mejor están aprovechando la emergencia de la comprensión lectora son las editoriales gracias al Plan Lector. Y ello porque en la práctica seguimos tratando de meter vino nuevo en odres viejos. Comprender lo que se lee, por ejemplo, no se hace con diccionario, aunque en todas las listas escolares encontramos diccionarios, que en muchos casos simplemente se compran y no se emplean nunca. Permítaseme otra digresión: El Diccionario Monolingüe es una valiosa herramienta para lingüistas, filólogos, traductores, periodistas (los de verdad) y otros especialistas. Es útil además para los que hacen crucigramas o tienen alguna duda gramatical, pero el lenguaje escrito que todos debemos aprender a emplear no se maneja con diccionarios. Hay registros diferentes – y aumentan cada día - en el lenguaje que hacen de los diccionarios algo bastante poco útil, y las gentes comunes obtenemos el significado de las palabras no de paporretear diccionarios, sino del contexto de todos los textos que escuchamos y leemos. ¿Quién gana entonces con meter los diccionarios en la danza? Pues las editoriales, los que reciben comisión por recomendar diccionarios, y pare usted de contar.

Confundir la velocidad con la manivela

Los indicadores últimamente están de moda. Se cree que “mejorándolos” se resuelve el problema. El Plan Lector básicamente busca asegurar la exposición de los alumnos a textos escritos, y eso no es negativo per se. El problema es que al confundir la velocidad con la que andamos con la manivela de la bicicleta creemos que aumentamos la velocidad si cromamos la manivela. No basta con tener libros accesibles, hay que manejar técnicas y procedimientos pedagógicos con ellos, y muchas veces estos serán remediales, atendiendo al calamitoso estado del estudiantado. Limitarnos a obligar la lectura de textos suele tener efectos contrarios a los buscados, porque obligamos a la lectura no para que los chicos lean, sino para mejorar la estadística y tener algo qué decir cuando nos pregunten. Es decir, para mejorar el indicador, no la lectura. Es decir, metemos Vino Nuevo en Odres Viejos, que se desfondan y derraman el vino.

Textos

Doce libros exige el Ministerio cada año, y eso es inevitablemente sacrosanto para la burocracia. Además en muchos colegios particulares facilistamente se aumenta la cifra a fin de vender la finta de la calidad educativa. Por otra parte, hoy en día el fast-book, de lectura “fácil” y nada exigente es un resultado de la emergencia educativa, no una manera de superarla, aunque muchos profes parecen entender el asunto al revés, y creen que ser moderno y adaptado a las necesidades de los chicos es darles la cosa masticada. Y aparte de los fast-books, hay los resúmenes que se pueden bajar fácilmente de Internet sin necesidad de leerlos, los copy and paste de wikipedia para entregar los trabajos escolares, así como las infames adaptaciones que tan bien describe y denuncia el colega Manuel Valdivia en su blog Gaceta de Educación y Pedagogía, donde se ha llegado al empleo de adaptar textos de la literatura universal, y un anónimo adaptador, un “x” cualquiera, le enmienda la plana literaria a Charles Dickens, James Joyce, Roald Dahl o Camilo José Cela, so capa de que son “demasiado difíciles”.

Para remate, los textos hoy en día son de muchos tipos y diversos soportes, y justamente si algo ha variado es no el mecanismo del leer mismo sino los registros, contextos y códigos del lenguaje. Por ejemplo hay un lenguaje visual reflejado en el cine, la televisión, el video, etc., y resulta que todos aprendemos ese lenguaje, aunque algunos lo hagan muy mal. Pero se podría ser perfectamente analfabeto en ese u otro lenguaje y necesitar alfabetizarse. Hoy en día se habla de analfabetismo científico porque demasiadas personas no saben ni entienden o peor aún, mal entienden, el lenguaje científico y tecnológico. Como vemos, el acto de leer se inscribe en algo mucho más amplio y bastante más complejo, la creciente multiplicidad de lenguajes y registros que la realidad exige. Nadie puede negar el inmenso desarrollo de la visualidad, y demasiados padres y docentes están aún anclados en la lectura tradicional y erudita. La situación ha cambiado notablemente, y los lenguajes visuales establecen su autonomía, lo que es enriquecedor y no necesariamente compite con la lectura. Pensemos en adaptaciones de obras literarias como la serie de Harry Potter, El Señor de los Anillos o El Nombre de la Rosa, que no son ni pueden ser iguales a leer os libros, porque recurren a códigos semióticos completamente distintos.

Textos e Imágenes

Antes de la invención de la Fotografía, el Cine, el Video y la Televisión no existía una cultura social basada en la visualidad, y por eso las obras literarias y demás textos creados antes del Siglo XX que se les entrega a los alumnos para que los lean les producen en general un mortal aburrimiento, a no ser que se les explique pedagógicamente. Víctor Hugo, por ejemplo, era un descriptor formidable, y en su obra Nuestra Señora de París le dedica la tercera parte del espacio – la central - a describir la Catedral de Notre Dame. Los autores de antes de la Visualidad tenían que describir el escenario para que el lector se hiciera la composición del lugar donde acontecían las cosas que narraba. Obviamente en una cultura donde todos hemos visto o podemos ver fotografías de Notre Dame, no necesitamos en general imaginarnos la Catedral, pues ya está en la cultura general, del mismo modo que conocemos la Torre Eiffel aunque no hayamos ido a París. Un autor como Umberto Eco en El Nombre de la Rosa hace describir al personaje Adso la Abadía y las esculturas porque en la cultura medieval era eso lo que se hacía, pero complementa sabiamente – él y/o sus editores - con planos y fotografías. Los autores modernos privilegian la acción psicológica y física, para que sus lectores puedan meterse en la piel de sus personajes. La actual novelística se nutre de la Internet y los nuevos procesos lectores que desencadena. Necesitamos tener más en claro qué queremos.

Las versiones cinematográficas de ciertas obras literarias son distintas de las obras escritas, y por eso se dicen que están basadas o son adaptaciones. Algunas de ellas son realmente buenas y perfectamente utilizables, como El Señor de los Anillos. Otras son francamente comerciales y de poco valor al traicionar el espíritu de la obra, cosa que pasa por ejemplo con “Soy Leyenda”, que le da una vuelta antrópica a la intención del autor. Para enseñar a leer y a comprender lo que se lee hay que pensar la cosa en su contexto social global y local. Pensemos en películas como “El último guerrero chanca”, que se construye sobre el conocimiento histórico que los peruanos poseemos bien o mal. Por desgracia nuestros docentes carecen de la posibilidad hasta de ir al cine, lujo que no pueden permitirse así nomás.

Lo taxativo del Odre

Que tengan que ser taxativamente doce libros al año, cifra que no discrimina ni el tamaño ni la dificultad de los libros, dejando a las instituciones educativas su elección y el trabajo a hacer con ellos, con limitadísimo apoyo técnico, implica que las autoridades educativas, para variar, se concentrarán en evaluar que sean doce libros, ni más ni menos, aunque uno de esos libros sea “Ulises”, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”, o “El Mundo de Sofía”, y el otro uno de autoayuda o macrobiótica o peor aún, un best-seller. Dícese que la selección de textos se debiera hacer de acuerdo a los gustos e intereses de los directamente involucrados, los chicos, y eso sería magnífico si fuera cierto. Pero rascando bajo la superficie vemos que nuestra cultura autoritaria no permite consultar a los chicos qué quieren leer, sino que en la práctica se les impone un deber ser en este aspecto como en tantos otros. Hasta ahora no he visto una sola Institución Educativa, particular o pública, donde se busquen los intereses y gustos de los niños y niñas. Se interpretan, que es otra cosa, y so capa de que nosotros sabemos lo que es mejor para ellos les imponemos un Plan lector específico, que puede ser magnífico, pero que nace con la falla de origen de la imposición.

Entre otras bellezas que hay en el papel, que aguanta todo, dícese que los textos a usar deben provenir de las diversas disciplinas, pero es conocido que la secundaria vive metida en sus comportamientos estancos, y como el Plan lector es cosa del área de Comunicación, pues que sean ellos las que se apañen con ello, y serán ellos los que tendrán el mérito o la culpa. De hecho, Vargas Llosa será muy bueno, pero no todos los chicos serán literatos, y leer a Flores Galindo o Jurgen Golte es igual de necesario. O cuando menos leer o utilizar los textos escolares, algunos de buena factura. Este es otro Vino nuevo que el Odre no aguanta.

¿Es malo el Plan Lector?

No, definitivamente no lo es. Pero puede serlo si el contexto en que se trata de desarrollar es autoritario o represivo. Pero si de algo estoy seguro es que hay muchísimos padres, profes e instituciones que tratan de hacer las cosas bien. Emplear adecuadamente las normas ministeriales para obtener resultados visibles y adecuados es cuestión de buen criterio, pero éste no abunda en las burocracias privadas y estatales. Las magníficas intenciones de los que pensaron el Plan Lector se pasman en su aplicación, que arruina una buena idea y las convierte en exactamente lo contrario de lo que se trata de conseguir. Tratemos que no sea así y que el gozo de la lectura se expanda.

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